
SEMBLANZA

En la presente reseña biográfica quisiera contarles y compartirles muchas vivencias bellas y duras a lo largo de mi vida, que serían para llenar muchas páginas; este es un escrito apenas panorámico, en el que trataré de recoger las principales etapas, momentos y celebraciones más significativas, y en muchas de las cuales, algunos de ustedes han sido cómplices o testigos.
Soy Poncho Franco para todos quienes me conocen. Mi nombre real o “de pila”, como dicen, es Serafín Alfonso Franco Arbeláez, - "Serafín" por mi abuelo paterno y "Alfonso" por mi padre, clara y afirmativa herencia patriarcal-, pero desde joven y luego profesionalmente siempre he sido conocido y reconocido simplemente como “Poncho”. Soy el octavo hijo de una gran y típica “familia paisa” de ancestros de Antioquia y del Viejo Caldas, más exactamente de Rionegro (Antioquia) y Santa Rosa de Cabal (Risaralda), este último el pueblo de los tradicionales “hueveros” hoy día más famoso por sus deliciosos “chorizos santarrosanos”, pueblo de donde por allá en 1947 partieron mis padres orgullosamente campesinos para la ciudad capital en busca de un mejor futuro; por eso nacido y criado en Bogotá, a punta de frijolitos y arepa, de tinto y cacaíto, y al son de “Dios te salve María…”, “avemaría por Dios” y “que hubo pues mijo movete”, pero también al sabor de la “changüita”, el “perico” y el “ala mi chino querido” bogotanísimos, cuando la capital era todavía un “pueblo grande” y los barrios del sur apenas se empezaban a desparramar con interminabes filas de familias pobres lllegadas del campo por cuenta de la violencia o en busca de un mejor porvenir.
Mi primera infancia transcurrió en el antiguo barrio San Cristóbal Sur donde de pequeños, al salir del colegio, literalmente nos encantaba jugar con hermanos y amigos a buscar duendes en los “bajos” (especie de sótano) semiabandonados de una casa vecina, lo que nos causaba curiosidad y miedo a la vez, y donde íbamos a la misa al templo nuevo, apenas en obra negra, y yo me aferraba a la mano de mi madre porque me causaba casi terror ya que era muy oscuro y tronaba muy feo con los aguaceros continuos del frio bogotano.
Mis primeros años de colegio los viví al son de la lectura repetitiva de “Platero y yo” con la famosa profesora “Pavita” (Paulina Montejo) y los gocé al son de ensayos de las danzas folclóricas, que lamentablemente se cambiaron, -al bajarnos en el año 1967 a vivir a “la Cabaña” en el barrio Santa Ana y pasar a estudiar al colegio Santa Inés, muy cercano,- por las exigentes pero deliciosas clases de canto, al ritmo de los acordes del piano “funiculí funiculá” con el gran maestro invidente Hernando Rivera y por los aterradores regaños y amenazas de castigos de doña Yolanda su esposa la Señora directora.
Vale la pena acá mencionar mi paso al colegio San Juan de Dios, de los Hermanos Cristianos en el barrio vecino, El Sosiego, donde entré a hacer el grado 5to y donde tuve mi feliz iniciación a la guitarra observando a los compañeros de la tuna del colegio -, además de asistir junto con mi hermano Efraín a las clases de guitarra y tiple con ritmos folclóricos colombianos los días sábados con el maestro Francisco El “Chato” Romero en la sede del mismo Colegio Santa Inés, por allá por el año 70.
Pasando al bachillerato, tuve la fortuna, también junto con mi hermano Efraín, de entrar al grupo juvenil de la parroquia y barrio Villa Javier -donde un grupo de Jesuitas había acabado de llegar el año 1973 después de la muerte del párroco anterior José María Posada, a su vez sucesor del Padre José María Campoamor, fundador de este famoso barrio obrero junto con su Círculo de Obreros en 1911 (y quien se constituyó en eje del nacimiento, crecimiento y desarrollo humano de este emblemático rincón del sur de Bogotá).
Esta fue una gran etapa de apertura al mundo, de formación social, religiosa y política a la vez, al son de las reuniones juveniles en nuestro “refugio” de la torre de la iglesia, las eucaristías dominicales, las visitas a los barrios más pobres de los Cerros orientales, el empaque mensual de mercados de la Obra Socia Campoamor -dirigida por el Padre Gonzalo Amaya, la Sra. Gracielita (mi madre) y su grupo de señoras, - las semanas culturales, las peregrinaciones a Chiquinquirá en tren, en fin… experiencias y formación grupal y comunitaria que marcaron mi vida desde la vivencia de una fe histórica, comprometida, afincada en un Jesús real, vivo y presente en los mas pobres, en sus sufrimientos y luchas; todas estas vivencias luego y lógicamente dieron al traste con mi intento de iniciar Arquitectura (un semestre) para arriesgarme a entrar en las “filas” ignacianas.
Allí goce y disfruté la formación profunda y exigente (Noviciado, Bienio de Filosofía, inicio de Comunicación Social) hasta llegar a la Etapa Media o Magisterio (1979-1985), años que estuvieron fuertemente marcados por el contexto de la revolución nicaragüense, el asesinato de Rutilio Grande y luego Mons. Oscar Romero en El Salvador, la violencia en Colombia entre tantos factores y actores (guerrillas, ejercito, paramilitares, narcotráfico…), exacerbada con la cruel toma del palacio de Justicia y la terrible avalancha de Armero (Noviembre de 1985).
Agradezco inmensamente a Dios y a la Compañía de Jesús y al barrio Popular el ejemplo y acompañamiento del Padre Antonio "Toño" Calle (QEPD) y el Padre Federico Carrasquilla (Fede), quienes nos inculcaron los valores y actitudes evangélicas más auténticas y liberadoras.
En medio de todo esto terminé mi carrera como Comunicador Social con Énfasis en Comunicación, Planificación y Desarrollo Social en 1988. En cuanto a mi formación musical tuve algunas clases particulares de guitarra clásica con el maestro Néstor D´aleman, además de un par de cursos cortos de armonía y teoría musical en la Universidad Javeriana; de manera que se podría decir que mi formación musical fue principalmente autodidacta.
Al volver a mi casa paterna y mi barrio, mientras terminaba los estudios en comunicación, me integré nuevamente a la parroquia donde logré convocar y formar el grupo juvenil que luego bautizamos entre todos como Ritmo y semilla, con el cual complete la composición de los temas de la Misa Colombiana Caminando juntos, que había iniciado desde el año 1985 y donde nuevamente, al son del acompañamiento de las eucaristías dominicales, fiestas especiales, ordenaciones sacerdotales, convivencias, retiros, etc. logramos montarla, grabarla y publicarla en el año 1988. Esto lo logramos con el apoyo de mi querido padre espiritual Javier Osuna Gil SJ y del estudio y editorial Dimensión Educativa del padre Mario Perezzon SS, gran educador y promotor de la teología de la liberación y la educación popular. Su “estreno” fue sin bombos ni platillos en la misa de la navidad parroquial. La difusión y distribución del casete y folleto se hizo posteriormente por la Librería de Dimensión Educativa y también con el apoyo de las Hnas. Paulinas en el centro de Bogotá. Este capítulo, como muchos de Uds. quizá conocieron y compartieron de cerca, marco nuevamente mi vida en lo espiritual y lo musical.
De mi experiencia profesional de ya más de treinta años puedo referir en general que estuvo repartida entre la docencia privada (escolar y universitaria) y la asesoría y acompañamiento a proyectos sociales en distintas ONGs y entidades oficiales, siempre con población de bajos recursos o, población vulnerable, especialmente infancia y juventud, y siempre asumida desde el enfoque de la comunicación y la educación popular; Todos estos trabajos fueron constantemente acompañados con el canto, a veces individual, y en otras ocasiones con los grupos que se fueron formando paralelamente en las distintas etapas.
Mi experiencia como cantautor popular más que como músico profesional, con diversos grupos fue siempre de la mano con la experiencia religiosa, social y cultural desde el bachillerato en la Parroquia Villa Javier con los grupos Pachacamac 1975 - 1976 y Ritmo y Semilla 1985 - 1989 y en la Compañía de Jesús (grupos de compañeros, ordenaciones, experiencias apostólicas), ya mencionadas, pasando también por los duetos "Hermanos Franco", "Poncho y Puno", desde la juventud; grupo "El Dorado Marimba y Cuerdas", "Grupo Voces de Siempre", en la madurez, y actualmente "Dueto Poncho y Tania", grupos todos de música folclórica colombiana y latinoamericana, desplegada acompañando todo tipo de celebraciones de vida, de alegría, de dolor, de muerte, de protesta, de esperanza y demás acontecimientos significativos.
De estudiante nunca pretendí ser guitarrista, maestro musical y menos compositor, pero la experiencia vital, de fe y compromiso religioso, político y social acompañados siempre con la guitarra y la voz, me llevaron a atreverme a empezar a escribir, componer y publicar mi primer trabajo como fue la Misa Colombiana en 1988 y posteriormente algunas otras desgranadas pero significativas composiciones dentro del género folclórico y de "Mensaje” denominado ahora “música social”.
Algunos de los procesos más significativos después de Villa Javier y la vida religiosa que quiero mencionar, han sido: los talleres creativos y la publicación de la misa con la Editorial Dimensión Educativa, el acompañamiento intermitente pero ininterrumpido de las conmemoraciones de los Desaparecidos del Palacio de Justicia con el Padre Javier Giraldo, los talleres, los encuentros y conciertos con Kairos Educativo-Kaired y la Red Teoartística, las reuniones, encuentros anuales, conmemoraciones de víctimas cristianas con la Mesa Ecuménica por la Paz MEP, la Fundación Creciendo Unidos, su trabajo en busca de una nueva cultura de una infancia protagónica y las conmemoraciones de las organizaciones de familiares de los desaparecidos por la violencia durante las últimas décadas.
Un capítulo a parte merece el trabajo de la Fundación Betania, en San Gil, Santander donde a través de diversos talleres profesionales, deportes y especialmente, las artes, como la música y el dibujo logramos sacar a flote las potencialidades de los niños, niñas y jóvenes con diferentes perfiles de discapacidad, y donde he sido siempre acogido con gran afecto y amabilidad.
Finalmente, esta página quiere ser en primer lugar, un espacio de agradecimiento al Dios de la Vida quien me formó desde el vientre de mi madre, como dice el profeta, quien me condujo por sus caminos, como dice el dicho entre religiosos: “Dios escribe recto con líneas torcidas” y quien me fue dando la inspiración con la que he tratado de recoger y reflejar el sentir de nuestra gente, de nuestro pueblo, de mis vivencias personales, grupales, comunitarias, en medio de este país adolorido, agobiado históricamente y sin tregua por la violencia, la injusticia, la corrupción, y en segundo término y con este mismo sentido, una ventana con buena parte de mi humilde aporte testimonial, musical, poético y reflexivo, para la construcción de un país más justo, más decente, más amable y más fraterno en medio de las dificultades y contradicciones pero también de las grandes riquezas y bellezas que caracterizan a esta esquina norte en Suramérica.