top of page
Buscar

CRÓNICA DE UN VIAJE A LAS MISIONES DEL BENI: LA CASA DE MISIÓN FÁTIMA

  • ponchofrancoa
  • 29 jul
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 6 ago

A escasos cincuenta metros de la orilla del río Chimán, ascendiendo por una corta trocha, nos encontramos con la imponente casa y el conjunto de la Misión Fátima. Construida a principios de los años sesenta por su fundador, el misionero redentorista francés Martin Baur, con sus propias manos y el arduo trabajo de un buen grupo de indígenas chimanes, es un complejo "robusto" en términos actuales. Consta de dos grandes casas de dos plantas, una amplia capilla, dos salones y aulas escolares, un pequeño puesto de salud y un salón comunal. Todas estas estructuras se hallan casi contiguas, intercaladas por algunos pequeños jardines, además de una cancha de fútbol y, sorprendentemente, ¡una pista de quinientos metros para avionetas!

ree

Lo primero que capturó mi atención —como seguramente cautivó al fundador al llegar— es la ubicación misma. Al ascender desde la orilla del río y mirar hacia el horizonte, se despliega una vasta y hermosa explanada, flanqueada solo por algunas colinas bajas a izquierda y derecha, situada en el corazón de la tierra de los Tsimanes o Chimanes. Lo segundo que impresiona es la majestuosa construcción de todo este ambicioso conjunto en medio de la nada, entre colinas y selva interminable.

Ya en el interior de las casas —la del padre director y la de los misioneros, ambas con cómodas habitaciones, buenos baños y, por supuesto, un pequeño oratorio—, para calibrar el talante visionario y trabajador de su fundador, encontramos varios espacios muy significativos: un pequeño jardín dedicado a la Virgen de Fátima, una casita con cocina y comedor, amplios jardines y una huerta espaciosa, gallineros, un cuarto de herramientas especiales —pues en la propiedad hay dos más— y una gran carpintería equipada para aserrar, trillar arroz, moler café, soldar y realizar otras tantas tareas. Y lo mejor de todo, un tractor que aún funciona perfectamente (porque hay otro desarmado y arrumbado).

Para completar la descripción, lo más llamativo y valioso de todo esto, para mí, es el gran vitral de la Virgen traído desde Francia. En contraste, me sorprendió el pequeño y humilde sagrario en una sencilla caja de madera y los viejos aparatos, testigos de las técnicas de los siglos XVIII y XIX: una licuadora de manivela, una plancha de carbón, una cafetera italiana original, un Cristo de madera —quizá tallado aquí, no se sabe—, entre otras curiosidades. Y, finalmente, el colosal trabajo en madera nativa de todas las construcciones: vigas y columnas, pisos y algunas paredes, que hoy día, después de casi setenta años, se conservan bastante bien a pesar del pesadísimo clima de sol y humedad.


 
 
 

Comentarios


bottom of page